La socióloga norteamericana Barbara Ehrenreich examina en su libro Causas naturales (Turner, 2018) "la manera en que pensamos, no solo sobre nuestras vidas, sino también sobre la muerte y sobre cómo morimos". En su primera parte describe la búsqueda de control sobre nuestros procesos vitales, sobre nuestro cuerpo y nuestra mente, desde ámbitos como la medicina, el ejercicio físico, la meditación o la alimentación. Como señala al final de su Introducción:
"Podemos pensar en la muerte con amargura o con resignación, como una trágica interrupción de nuestra vida, y tomar todas las medidas posible para aplazarla. O, siendo más realistas, podemos pensar en la vida como una interrupción de una eternidad de no existencia personal, y aprovecharla como una breve oportunidad para observar e interactuar con el mundo vivo y siempre sorprendente que nos rodea".
En relación con la salud y el bienestar físico y mental, la medicina no parece ser neutral en su impacto social. En ocasiones, como ya denunció Ivan Illich en su libro de 1975 Némesis Médica, "la medicina tiene autoridad para etiquetar la queja de un hombre como enfermedad legítima, para declarar enfermo a un segundo hombre incluso si no se queja y para negar a aun tercero el reconocimiento social de su dolor, de su discapacidad". La cultura fitness, la obsesión actual por "estar en forma", lleva más allá la separación mente y cuerpo de la filosofía occidental, hacia "una relación de adversarios en la que la mente se esfuerza por controlar un cuerpo perezoso y recalcitrante". Se reproduce así la tendencia neoliberal de cargar en la responsabilidad personal, en nuestra capacidad de cuidar nuestro capital corporal (Moreno Pestaña, 2016), el cuidado de nuestra salud, dejando fuera a factores ambientales y socioeconómicos. El cuerpo se convierte en nuestra "marca" personal, nuestra imagen física en un valor comercial que puede venderse en el mercado. También el control de la mente ha desarrollado en nuestros días "movimientos" como el mindfulness, que ya vimos en otra entrada de este blog.
Ehrenreich propone considerar el cuerpo como "un campo de batalla en el que células y tejidos se enfrentan a una lucha a muerte", en lugar de un todo armonioso. Necesitamos, señala, "un paradigma que incluya no solo la maravillosa armonía entre organismos vivos, también los conflictos que surgen de tanto en tanto". A pesar de ser la nuestra una cultura que intenta ocultar la muerte (como vimos en la entrada de La soledad de los moribundos), la cultura de entretenimiento refleja ese miedo amenazante que nos hace apartarla poblando las pantallas de imágenes de "no muertos", "muertos andantes" y otras criaturas fronterizas con la muerte (a las que poder destruir imaginariamente).
La invención del yo en la Europa moderna, el nacimiento de la conciencia de uno mismo, hizo más difícil imaginar lógica y emocionalmente un mundo sin él. La observación y el cuidado de nuestro yo consciente individual lo hizo también más frágil, asociándose a enfermedades modernas como la "melancolía" o la "neurastenia" (o en nuestros días la "depresión"). El yoísmo actual vuelve a veces al yo contra sí mismo, llevando a una introspección incontrolable que ensombrece la realidad. Las psicoterapias actuales nos invitan a buscar en nuestros interior una verdad que sólo parece traducirse en "una fe aumentada e intensificada en creencias tan individualistas como "ser fiel a uno mismo", "quererse a uno mismo" y "cuidarse a uno mismo".
Parece, advierte Ehrenreich, que hayamos perdido de vista la idea de que "el mundo natural no está muerto, sino que rebosa actividad, en ocasiones incluso agencia e intencionalidad". El corazón mismo de la materia está animado por "el parpadeo espectral de fluctuaciones cuánticas": "En un vacío perfecto, parejas de partículas y antipartículas pueden aparecer de la nada sin violar ninguna ley de la física". En este universo animado, rebosante de vida, "la muerte no es un aterrador salto al abismo, sino algo más parecido a un abrazo a la vida que continúa". En este sentido, Ehrenreich recoge el último poema de Bertolt Brecht, escrito en su lecho de muerte:
Cuando en la blanca habitación del hospital de la Charité
desperté hacia el amanecer
y oí el mirlo, lo tuve
aún más claro.
Ya hace mucho tiempo
que no temía a la muerte, pues nada
puede faltarme si yo
mismo falto. Ahora
también he logrado alegrarme con todos
los mirlos que cantarán cuando yo no esté.
Otra posible salida al dilema de la muerte individual sería "hacer frente al yo monstruoso que obstaculiza nuestra visión, nos separa de otros seres y convierte la muerte en un horizonte atroz". Si nos fijamos con atención en nuestros pensamientos, señala Ehrenreich, "veremos que están por completo colonizados por los pensamientos de otros, mediante el lenguaje, la cultura y las expectativas mutuas". Y esta idea me ha recordado otro poema, en este caso el poema Resurrección, del poeta checo Vladimír Holan:
¿Que después de esta vida tengamos que despertarnos un día aquí
al estruendo terrible de trompetas y clarines?
Perdona, Dios, pero me consuelo
pensando que el principio de nuestra resurrección, la de todos los difuntos,
lo anunciará el simple canto de un gallo...
Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento...
La primera en levantarse
será mamá... La oiremos
encender silenciosamente el fuego,
poner silenciosamente el agua sobre el fogón
y coger con sigilo del armario el molinillo de café.
Estaremos de nuevo en casa.
También es emocionante recordar la despedida en 2015 del neurólogo y ensayista norteamericano Oliver Sacks: "De mi propia vida".
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