Un fenómeno creciente en España tras la crisis es el del incremento de
los trabajadores y trabajadoras pobres; es decir que, a pesar de tener un
empleo, su salario no les permite vivir dignamente. Acostumbrados a asociar la pobreza al desempleo, la situación laboral actual ponen en cuestión esta idea. Crecimos oyendo que el secreto del éxito era "trabajar duro", que trabajando duro se podía siempre salir adelante. Lo que no imaginábamos es que podríamos trabajar duro y encontrarnos cada vez más hundidos en la pobreza y el endeudamiento.
En el año 2001, la ensayista norteamericana Barbara Ehrenreich escribió Por cuatro duros. Cómo (no) apañárselas en Estados Unidos (en inglés, Nickel and Dimed: On [Not] Getting By in America). Un día, comiendo con el director de la revista Harper's, se le
ocurrió comentar el hecho de que la reforma de la Seguridad Social que
acababa de aprobar el Congreso de Estados Unidos (1996) iba a lanzar al mercado
a unos cuatro millones de mujeres que dejarían de percibir prestaciones
sociales y tendrían que buscar trabajo con salarios mínimos, de unos
siete dólares la hora. "¿Cómo viven las trabajadoras no cualificadas con
un jornal así? Alguien tendría que hacer periodismo a la vieja usanza,
lanzarse a la calle y ver cómo es la cosa", comentó. El director de Harper's no perdió un segundo: "Lo mismo pienso yo. Cuéntalo". Los acontecimientos relatados en el libro tuvieron lugar entre la primavera de 1998 y el verano de 2000. ¿Cómo puede sobrevivir –y mucho menos prosperar– alguien, por seis
dólares/hora? La autora dejó su casa, alquiló las habitaciones más
baratas y aceptó cualquier trabajo que se le ofreció. De Florida a Maine
o Minnesota, trabajó como camarera de hotel, mujer de la limpieza,
auxiliar de enfermería y empleada de Wal-Mart: una odisea penosa,
cargada de humor negro y de mil estratagemas desesperadas para
sobrevivir en el sufrido terreno laboral norteamericano. Pronto
descubrió que ningún trabajo es verdaderamente «no cualificado», hasta
las más humildes ocupaciones requieren un agotador esfuerzo mental y
muscular. Y que un solo puesto de trabajo no es suficiente para salir
adelante.
Ehrenreich investiga muchas de las dificultades que enfrentan los
trabajadores con bajos salarios, incluyendo los costos ocultos de
necesidades tales como alojamiento (los pobres a menudo tienen que
gastar mucho más para cubrir el costo diario de un cuarto de hotel que
lo que tendrían que pagar para alquilar un apartamento si pudieran
abonar el depósito de garantía y el primer y último mes) y alimentos
(por ejemplo, los pobres tienen que comprar comida que es más cara y
menos saludable de la que comprarían si tuvieran acceso a refrigeración y
enseres necesarios para cocinar). El Estado ha abandonado su responsabilidad respecto al derecho a la vivienda. Mientras los subsidios para la adquisición de viviendas se mantienen, los subsidios para el alquiler desaparecen.
En primer lugar, Ehrenreich ataca la noción de que los empleos mal
remunerados requieren mano de obra no calificada. Por el contrario, muchos de estos trabajos requieren energía, concentración, memoria, rapidez
mental y la capacidad de aprender rápidamente. El movimiento constante y
repetido crea un riesgo de lesiones por esfuerzo repetitivo; a menudo
se debe trabajar a pesar de sentir dolor para mantener el trabajo en un
mercado laboral donde hay una rotación constante de trabajadores. El
papel de los supervisores era principalmente
interferir con la productividad de los trabajadores, obligar a los
empleados a llevar a cabo tareas sin sentido, y hacer toda la
experiencia de trabajar por un mal salario aun más miserable. Los patronos ofrecen casi cualquier cosa -comidas gratis, subsidios para el transporte, descuentos en los almacenes- con tal de no subir los salarios (pues estos extras pueden ser suprimidos más fácilmente: son como un regalo que puede dejar de hacerse sin ninguna explicación).
Durante un mes de pobreza y trabajo duro, nadie conoce mi cara ni mi nombre, que pasa inadvertido, casi siempre sin pronunciar (...), soy "bonita", "cariño", "rubia" y, la mayoría de las veces, "chica".
En los vídeos de formación de algunas empresas, se utiliza
una neolengua empresarial en la que los administradores son presentados
como "líderes a nuestro servicio", no como jefes; las tensiones se superan "teniendo un pensamiento correcto y una actitud positiva"; los sindicatos no son necesarios; cualquier cosa que no sea trabajar en horario de trabajo es "tiempo robado" (aunque no hable del tiempo robado al trabajador). En el proceso de la contratación no existe el momento intermedio "en el cual te enfrentas con el empleador como sujeto libre": "El control de drogas, intercalado entre la solicitud
y el contrato, ensombrece todavía más el campo de juego, estableciendo
que eres tú -y no el empleador- el que tiene que demostrar algo". Los cuestionarios diseñados para eliminar a potenciales empleados
indeseables, y los análisis de orina para pruebas de drogas, son cada vez
más comunes en el mercado laboral de bajos salarios: disuaden a los posibles postulantes mientras violan las libertades
individuales, aunque muestren un escaso efecto positivo tangible
en el rendimiento laboral.
La entrevista es del tipo "opciones múltiples": "¿Tengo alguna obligación, como el cuidado de los hijos, que pueda obstaculizar mi puntualidad en el trabajo? ¿Creo que la seguridad en el trabajo es responsabilidad de la empresa?". De pronto, acechando astutamente: "¿Cuántos dólares de productos robados he comprado en el último año?". Y, por último, "¿Es usted una persona honesta?"
Los carteles de "Se necesita empleado" no indican
necesariamente un puesto disponible; más a menudo su propósito es
mantener una reserva de candidatos en industrias conocidas por su rápida
rotación de empleados. Un puesto de trabajo mal
remunerado a menudo no es suficiente para mantener a una persona (mucho
menos a una familia). Dada la suba de los precios de la vivienda y el
estancamiento de los salarios, vivir de un sueldo se vuelve cada vez más
difícil. Muchos de los trabajadores que se mencionan en el libro
sobreviven viviendo con familiares u otras personas en la misma
situación, o incluso en sus vehículos. Pero esto no parece existir para los medios de comunicación: "Cuando por la noche miro la televisión después de cenar, veo un mundo donde casi todos ganan 15 dólares la hora o más" (abogados, médicos, presentadores...).
Parece haber una "conspiración de silencio" sobre el tema de la pobreza y los pobres. Pero la población acomodada rara vez ve a los pobres o, si les echan la vista encima en algún espacio público, rara vez se dan cuenta de lo que están viendo. No suelen compartir espacios y servicios con los pobres: "Conforme se deterioran las escuelas y demás servicios públicos, quienes pueden permitírselo mandan a sus hijos a colegios privados y esos hijos pasan sus horas libres en espacios privados. En gimnasios y no en el parque local. No viajan en autobuses públicos ni en metros. Se retiran de vecindarios donde se mezclan las distintas clases, para concentrarse en zonas residenciales distantes, comunidades cercadas o apartamentos vigilados. Compran en tiendas que, en consonancia con el prevaleciente "mercado segmentado", están pensadas sólo para atraer a los adinerados" .
Entre los no pobres es corriente creer que la pobreza es una condición soportable, austera tal vez pero, de alguna manera, irán tirando..., ¿no es verdad? "Siempre ha sido así". Lo que a los no pobres les cuesta ver es que la pobreza es una angustia profunda: el almuerzo que consiste en Doritos o frankfurts y conduce al desfallecimiento antes de terminar el turno. El "hogar" que es el coche o un camión. La enfermedad o la lesión con la cual "hay que seguir adelante", con los dientes apretados, porque no hay paga por enfermedad ni seguro de salud y la pérdida de salario de un día significa que, al siguiente, no hay con qué comprar comida. Esas experiencias proporcionan un estilo de vida insoportable, un estilo de vida de privaciones crónicas y ensañamientos más o menos velados. Casi con cualquier estándar de subsistencia hay situaciones de emergencia. Así es como tendríamos que ver la pobreza de tantos millones de estadounidenses con bajos salarios, como un estado de emergencia permanente.
¿Por qué no se rebelan? Algunos, como Lori, señalan que "no tengo el más ligero resentimiento porque, ¿sabes?, mi objetivo es llegar a donde ellos están". Otros, como Colleen, responden que "A mí realmente no me importa porque supongo que soy una persona corta de miras y no pretendo lo que ellos tienen. Quiero decir que eso no significa nada para mí. Lo que sí me gustaría es tener un día libre de vez en cuando..., si fuera posible..., y aun así poder comprar provisiones el día siguiente". Como señala Ehrenreich, los trabajadores no están generalmente bien informados de sus opciones en el mercado, y tampoco conocen los salarios de los demás trabajadores. Además, existe un poder de coacción que permite a la empresa registrar tus pertenencias, obligarte a pasar un control de drogas o un test de personalidad en el que se plantean preguntas sobre tus "sentimientos de autocompasión", sobre si eres un solitario o te crees un incomprendido. La prolongación de esta situación de sometimiento, que afecta a la propia dignidad, conduce a eludir la lucha o el enfrentamiento, incluso en defensa propia. A pesar de todo ello, asombra "el amor propio que la gente ponía en trabajos tan mezquinamente recompensados, tanto en salarios como en reconocimiento":
Muy a menudo esas personas consideraban a la dirección como un obstáculo para que las tareas se hicieran como es debido. A las camareras les irritaba la tacañería de los administradores con los clientes; a las empleadas del hogar que las restricciones de tiempo las obligaran a dejar detalles pendientes; a las vendedoras les gustaba que el salón de ventas estuviera bonito, y no abarrotado con el exceso de mercadería que exigía la dirección. Dejadas a su aire, ideaban sistemas de colaboración y tareas compartidas; cuando se producía alguna crisis, se ponían a la altura de las circunstancias. Lo cierto es que era con frecuencia difícil ver cuál era la función de la gerencia, como no fuera la de exigir que se le rindiera homenaje.
Ehrenreich concluye con el argumento de que todos los trabajadores
con bajos salarios, que reciben del gobierno o de organizaciones
benéficas servicios como dinero de la asistencia pública, alimentación y
cuidado médico, no están viviendo de la generosidad de
otros. Por el contrario, todos vivimos de su generosidad:
-
- Cuando alguien trabaja por menos dinero de lo que necesita para vivir -cuando pasa hambre para que tú puedas comer más barato y mejor-, está haciendo un gran sacrificio por ti, te ha regalado parte de sus habilidades, su salud y su vida. Los "trabajadores pobres", como consentimos en que se los llame, son de hecho los principales filántropos de nuestra sociedad. Ellos descuidan a sus propios hijos para cuidar a los niños de otros; habitan viviendas precarias para que otras casas estén brillantes y perfectas; tienen que soportar privaciones para que la inflación sea baja y los precios de las acciones sean altos. Ser uno de esos trabajadores pobres es ser un donante anónimo, un desconocido benefactor de todo el mundo. (p. 221)
Tras la publicación de este libro, en algunos lugares de trabajo de Estados Unidos, sus operarios se manifestaban con una camiseta e insignias en las que se leía: "Pregúntame cómo vivo con cuatro duros". En algunas ciudades y estados, grupos de activistas presionaban a los ayuntamientos para que promulgaran ordenanzas que promovieran salarios dignos y a los estados para que subieran los salarios mínimos. Sus críticos, por el contrario, seguían alertando sobre los supuestos efectos nefastos del aumento de salarios en la economía.
Sobre este libro puedes leer también la reseña de Soledad Gallego-Díaz: Desengáñese, la pobreza no es soportable.
Cuestiones:
- Cuéntanos tu experiencia: condiciones laborales y salariales, relaciones con administradores y compañeros, conflictos o resistencias, colaboraciones y apoyos en el trabajo...
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