"Aquella vil escuela preparaba, no sé si consciente o inconscientemente, los horrores de tres años después. Preparaba millones de soldados obedientes, obedientes a las órdenes de Mussolini. Para ser más exactos, obedientes a las órdenes de Hitler. 50 millones de muertos.
Y después de haber sido tan vulgarmente engañado por mis maestros cuando tenía trece años, ahora yo soy maestro y tengo ante mí a estos muchachos de trece años, a quienes amo. ¿Queréis que no sienta la obligación no sólo moral, sino también cívica, de desenmascararlo todo, incluida la obediencia militar como nos la enseñaban años atrás?
Perseguid a los maestros que dicen todavía las mentiras de otros tiempos, a los que desde entonces a hoy no han estudiado ni pensado, no a mí.He estudiado en Teología Moral un viejo principio de Derecho Romano que también vosotros aceptáis; el principio de la responsabilidad colectiva. El pueblo lo conoce en forma de proverbio: “Tanto peca quien mata como quien tira de la pata”.
Cuando se trata de personas que cometen juntas un delito, por ejemplo el jefe y el sicario, vosotros les dais la condena perpetua a los dos y todos entienden que la responsabilidad no se divide por dos.
Un delito como el de Hiroshima ha requerido un millar de corresponsables directos: políticos, científicos, técnicos, obreros, aviadores.Cada uno de ellos ha acallado su propia conciencia fingiéndose que esa cifra actuaba como un divisor de su propia responsabilidad. Un remordimiento reducido a milésimas no quita el sueño al hombre de hoy.
Y así hemos llegado al absurdo de que el hombre de las cavernas que daba un garrotazo sabía que hacía mal y se arrepentía. El aviador de la era atómica llena el depósito del aparato que poco después desintegrará a doscientos mil japoneses y no se arrepiente. Si damos la razón a los teóricos de la obediencia y a ciertos tribunales alemanes, sólo Hitler debe responder del asesinato de seis millones de judíos. Pero Hitler era irresponsable porque estaba loco. Por lo tanto, aquel delito no ocurrió nunca porque no tiene autor.Sólo hay un modo de salir de este macabro juego de palabras. Tener el valor de decir a los jóvenes que todos somos soberanos, que para ellos la obediencia ya no es una virtud, sino la más sutil de las tentaciones, que no crean poderse escudar ni ante los hombres ni ante Dios, que deben sentirse cada uno el único responsable de todo.
De ese modo la humanidad podrá decir que en este siglo ha tenido un progreso moral paralelo y proporcional a su progreso técnico".Lorenzo Milani,“Carta a los Jueces”.
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