Ya en el siglo XVIII, el liberalismo burgués había defendido suprimir el trabajo regulado de los gremios y el trabajo forzado, preconizando la "libertad de trabajo". Pero la desregulación del trabajo producía una situación de explotación y miseria en este nuevo modelo de sociedad salarial. Ante esta situación surgieron una serie de protecciones sociales, ligadas primero a la filantropía y luego al Estado.
A finales del siglo XX, con el auge del neoliberalismo, se fragilizaron estas protecciones de los asalariados. El mercado de trabajo se fragmenta, desplazando al sector de la producción, frente al de los servicios. Se desmantela el anterior modelo de Estado social, surgido en los años 50, mediante la privatización de la propiedad social, la desregulación laboral, y un incremento de la diversidad y discontinuidad de las formas de empleo, que desestabiliza y rompe los vínculos comunitarios de los trabajadores estables (R. Castel, La metamorfosis de la cuestión social, 1997). Se impone la flexibilidad y el discurso de la nueva cultura empresarial, la necesidad de dinamizar constantemente el mercado ("innovar"), y crear nuevos consumidores, al servicio de un capitalismo financiero que quiere obtener el mayor beneficio posible en el menor tiempo, sin importar los costes sociales. El discurso de esta nueva cultura de "emprendedores" defiende organizaciones flexibles frente a la jerarquización y burocratización del viejo modelo de empresa. Pero la libertad de cada unidad dentro de la empresa, para alcanzar los objetivos propuestos, oculta que esos objetivos siguen siendo fijados por los que detentan el poder de la organización, que son por lo general difíciles de alcanzar, y que la libertad se reduce únicamente al modo de lograrlos. Por otro lado, aunque propone el trabajo en equipo, no elimina la competitividad individual: una máscara de cordialidad, una ficción de comunidad laboral, debe ocultar los conflictos, que deben ser enfrentados mediante la gestión emocional, psicológica e individual, que nunca pone en cuestión las estructuras de poder en la empresa. La superficialidad de las relaciones laborales y la falta de una autoridad visible (que aunque ejerce el poder evita así hacerse responsable) hacen que los fallos suelan recaer en las unidades y los trabajadores más débiles dentro de la organización. Las protestas o reivindicaciones laborales son señaladas asimismo como falta de disposición a colaborar con "la cultura de la empresa".
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