En determinadas ocasiones o contextos algunas personas tienden a negar la propia responsabilidad moral de sus actos, alegando que "obedecen órdenes". Otros argumentos son los de "todos hacían lo mismo" o "si no lo hacía yo, lo haría otro".
Existe, como afirmaba E. Fromm, un "miedo a la libertad", a pensar por nosotros mismos y actuar en consecuencia, aunque eso suponga enfrentarnos a la presión del entorno o de la autoridad. Y creo que deberíamos pensar que, en la búsqueda de esos márgenes de libertad, nunca estaríamos tan solos como nos hacen creer. Como sostenía también el ilustrado I. Kant, hay que "atreverse a saber" y arrojar la pereza de dejar que otros piensen siempre por tí.
El siguiente vídeo es una recreación del Experimento de Milgram sobre la capacidad de obediencia a la autoridad.
El sociólogo Z. Bauman, en su libro "Modernidad y Holocausto" (1988), hacía una lectura del experimento de Milgram, reflexionando sobre "la ética de la obediencia". Según Bauman, "la noticia más aterradora que produjo el Holocausto, y lo que sabemos de los que lo llevaron a cabo, no fue la probabilidad de que nos pudieran hacer esto, sino la idea de que también nosotros podíamos hacerlo". Bauman cuestiona la explicación que proponía el pensador alemán Theodor W. Adorno en su libro "La personalidad autoritaria" (1950), en la que sugería la existencia de un tipo especial de individuo, de personalidad con tendencia a obedecer al más fuerte y a la crueldad hacia los más débiles. Según esto, "el triunfo de los nazis debió ser el resultado de una acumulación poco corriente de estas personalidades". ¿Por qué ocurrió? No lo explican, descartando las explicaciones sociales contemporáneas de este fenómeno.
Según Bauman, la investigación de Milgram puso en tela de juicio esa hipótesis anterior: "La crueldad no tiene mucha conexión con las características personales de los que la perpetran pero sí tienen una fuerte conexión con la relación de autoridad y subordinación, con nuestra estructura de poder y obediencia normal y con la que nos encontramos cotidianamente". Según Milgram, "la persona que, por convicción interna, detesta el robo, el asesinato y la agresión puede encontrarse llevando a cabo estos actos con relativa facilidad cuando se lo ordena la autoridad". Milgram sugirió que la inhumanidad tiene que ver con las relaciones sociales, y la racionalidad sólo la hace a veces más eficiente. De hecho, el proceso de racionalización puede facilitar la justificación de un comportamiento inhumano.
En el experimento de Milgram se muestra también "la relación inversa entre la buena disposición hacia la crueldad y la proximidad de la víctima. Es difícil hacer daño a una persona a la que podemos tocar... Cuanto mayor era la distancia física y psíquica de la víctima, resultaba más fácil ser cruel". En el experimento, la acción unía al sujeto que aplicaba el castigo con el experimentador (lo que incrementaba la naturaleza colectiva de la acción lesiva) y, al mismo tiempo, los separaba a ambos de la víctima, aislado.
Además, "el grado hasta el cual el actor se encuentra obligado a perpetuar su acción tiende a aumentar en cada etapa". Aunque al final es insoportable avanzar, para ese momento, también ha aumentado el precio de abandonar. El castigo infligido a la víctima avanza poco a poco, pero ¿dónde se debe detener, en qué punto pasa a ser cruel o desmedido?: "Si el sujeto decide que no es permisible aplicar la siguiente descarga, entonces, como ésta es (en todos los casos) sólo ligeramente más intensa que la anterior, ¿cuál es su justificación por haber aplicado la última? Negar la corrección del paso que está dispuesto a dar implica que el paso anterior tampoco era correcto y esto debilita la posición moral del sujeto".
Para Bauman, "una de las características más singulares del sistema burocrático de autoridad es, sin embargo, la escasa probabilidad de que se descubra la singularidad moral de la propia acción y que, una vez descubierta, se transforme en un doloroso dilema moral. En una burocracia, las preocupaciones morales del funcionario no se atreven a centrarse en los objetos de la acción. Se trasladan a la fuerza en otra dirección: el trabajo que hay que hacer y la perfección con que se realiza. Por lo que se refiere a los "objetivos" de la acción, no importa mucho ni cómo les va ni cómo se sienten". Los experimentadores insistían en los "intereses de la investigación" o en las "necesidades del experimento" y en las advertencias sobre los perjuicios que causaría su interrupción. Es a esa autoridad a la que se le atribuye la responsabilidad final de sus acciones. El sujeto que aplicaba el castigo se situaba en el papel de intermediario, negando su propia responsabilidad en esa cadena de crueles acciones. Se trataría, según Bauman, de una "responsabilidad flotante" situada en un modelo de organización diseñada para eliminar toda responsabilidad, enmascarando los vínculos causales de las acciones coordinadas.
Lo más preocupante, señala Bauman, es que este experimento se produjo en un entorno artificial, no en el contexto de la vida cotidiana, en el que factores como la conexión con los miembros de un equipo, la rutina o la espera de una reciprocidad difusa, podrían reforzar esa crueldad. No obstante, en la vida cotidiana también pueden darse desacuerdos entre distintas formas de autoridad, lo que puede conducir a la desobediencia: "La voz de la conciencia individual se oye mejor en el tumulto de la discordia social y política". En cambio, en las instituciones totalitarias, con una fuente de autoridad sin oposición, es más probable actuar desoyendo la voz de la propia conciencia.
En conclusión, para Milgram, "la crueldad se relaciona con ciertas normas de interacción social mucho más íntimamente que con los rasgos de personalidad o con otras características individuales de los perpetradores. La crueldad es social en su origen, mucho más que caracteriológica".
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