El especismo es la discriminación en base a la especie, que justifica la explotación de nuestros "parientes" animales debido a su pertenencia a una especie distinta. Para ello se han utilizado y se utilizan argumentos de muy distinto tipo, relativos a su carencia de racionalidad, de autonomía, de alma inmortal...
"Las plantas existen para los animales y las bestias brutas para el hombre -los animales domésticos para su utilización y alimento; los salvajes (al menos la mayor parte), para alimento y otras necesidades de la vida, tales como el vestido y diversas herramientas.
Por tanto, si la naturaleza no hace nada sin motivo ni en vano, es innegablemente cierto que ha creado todos los animales para beneficio del hombre". (Aristóteles, Política)
También justificaba Aristóteles la esclavitud indicando que, al ser presuntamente inferior al hombre libre, el esclavo se convierte también en un "instrumento viviente", aun cuando le reconozca capacidad de sentir dolor y placer.
Durante el Imperio Romano, también se establecía un límite a los sentimientos morales que se habían desarrollado en el ámbito del derecho y el deber público. Así, en los Juegos se excluía a algunos seres humanos (como los prisioneros o los gladiadores) y a todos los animales. No obstante, algunos pensadores romanos, como Plutarco o Séneca, defendieron el trato bondadoso a los otros animales, "basándose en la benevolencia universal, independientemente de toda creencia en la transmigración de las almas".
El Cristianismo, por su parte, aunque afirma la santidad de toda vida humana, confirmaría y degradaría aún más la posición de los no-humanos (el Nuevo Testamento carece completamente de preceptos contra la crueldad de los animales). De esta forma, mientras se oponía a la lucha de gladiadores, mantuvo los combates con animales salvajes, situándolos lejos del ámbito de la compasión. Desde los primeros padres de la Iglesia, hasta la escolástica medieval, la moral cristiana mostraba una preocupación exclusivamente especista. Así, Tomás de Aquino argumentaba que la caridad no se extiende a las criaturas racionales por tres razones: no son "capaces, propiamente hablando, de poseer el bien, pues éste es propio de las criaturas racionales"; carecemos de un sentimiento de hermandad con respecto a ellas; y, finalmente, porque "la caridad se basa en la comunión de la felicidad eterna que las criaturas irracionales no pueden alcanzar" (Summa Theologica, II, II). Según Tomás de Aquino, la única razón para no ser crueles con los animales (aunque reconoce su sensibilidad al dolor) es que serlo puede conducir a la crueldad con otros seres humanos. El caso de Francisco de Asís es significativo a este respecto, pues su amor por los otros animales coexistía con una postura especista que afirmaba que Dios había creado a las demás criaturas al servicio del ser humano.
Por su parte, el humanismo del Renacimiento contrastaría su insistencia en el valor y dignidad del ser humano con la limitada naturaleza de los "animales inferiores" (carentes de esa dignidad y libre albedrío). No obstante, también hubo disidentes como Leonardo da Vinci o Giordano Bruno, que estuvieron preocupados por el sufrimiento de los otros animales o cuestionaron la centralidad del ser humano en el universo.
Según Singer, es en la Modernidad donde, en autores como René Descartes, se añadirá la ausencia de conciencia a la doctrina cristiana de la ausencia de alma inmortal en los animales "inferiores". Los otros animales se convierten así en simples máquinas, en autómatas incapaces de experimentar placer ni dolor. Descartes veía en ello, además, ciertas ventajas prácticas, como justificar la experimentación con animales vivos (que se extendía en esa época por Europa y que el propio Descartes utilizó), o absolver a los humanos "de la sospecha de crimen cuando comen o matan animales" (Carta a Henry More, 1649).
Los experimentos con animales revelaron una gran similitud entre la fisiología humana y la de otros animales. El ilustrado Voltaire lo expresaba así en su Diccionario Filosófico ("Bestias"):
"Hay salvajes que se apoderan de este perro, que tan sobradamente supera al hombre en fidelidad y amistad, lo clavan en una mesa y lo despedazan vivo para mostrar sus venas mesentéricas. Se descubren en él los mismos órganos sensoriales que en uno mismo. Contéstame, mecanicista, ¿es que la Naturaleza ha dispuesto todos los resortes sensoriales en este animal con el fin de que no sienta".
Así, durante la Ilustración europea, se consideró que los otros animales eran merecedores de cierta consideración moral, aunque ésta se supeditara a los intereses humanos. Pensadores como el escocés David Hume decía que estamos "obligados por las leyes de la humanidad a dar un tratamiento benigno a estas criaturas" (Investigación sobre los principios de la moral, cap. 3). El siglo XVIII fue también un período en el que el ser humano pareció redescubrir la Naturaleza, idealizada en ocasiones como en la figura del "buen salvaje" del francés J. J. Rousseau. No obstante, este parentesco con "las bestias" no era en ningún sentido igualitario. Incluso pensadores como Immanuel Kant afirmaban en sus Lecciones de ética que "en lo que respecta a los animales, no tenemos deberes directos para con ellos. No son conscientes de sí mismos, y están ahí meramente como un medio para un fin. Ese fin es el hombre".
En ese mismo año (1780), el jurista y filósofo Jeremy Bentham respondía a Kant: "La pregunta no es ¿pueden razonar? ni tampoco ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?". Este debate ilustrado permitió que durante el siglo XIX se alcanzaran algunas mejoras prácticas en las condiciones de los demás animales, bajo forma de leyes que prohibían la crueldad innecesaria con los mismos. En Gran Bretaña se libraron las primeras batallas para conseguir protección legal para los demás animales, pero hubo que utilizar el argumento de la propiedad privada, la defensa de los animales como propiedades de las personas, para que pudieran ser aceptadas.
Cuando Charles Darwin publica El origen del hombre (1871) se cuestionan científicamente las supuestas grandes diferencias entre las capacidades de los humanos y los demás animales. En el capítulo tercero, dedicado a la comparación entre dichas capacidades, Darwin afirma:
"Hemos visto que los sentidos y las intuiciones, las diversas emociones y facultades, tales como el amor, la memoria, la atención y la curiosidad, la imitación, la razón, etc., de las que presume el hombre, puede encontrarse en una condición incipiente, e incluso a veces bien desarrolladas".
En el cuarto capítulo, Darwin afirma que el sentido moral del ser humano puede remontarse a los instintos sociales de los animales que les llevan a encontrar placer en la compañía mutua, a sentir afinidad mutua y a realizar servicios de mutua asistencia. En una obra posterior, Expresión de las emociones en los animales y en el hombre (1872), Darwin proporcionó más pruebas de los paralelismos entre la vida emocional del ser humano y la de los otros animales.
Pero las actitudes morales del pasado estaban, y están, todavía demasiado arraigadas como para tambalearse por estos descubrimientos. Como señala Peter Singer, "es probable que inflijamos más dolor a los animales hoy en día que en cualquier otra época de la historia" (dado, por ejemplo, el aumento de la ganadería intensiva). Además, añade que "aunque los animales ya no quedan completamente excluidos del ámbito moral, todavía están en una sección especial, próxima a su límite externo. Sólo se permite tener en cuenta sus intereses cuando no entran en conflicto con los intereses humanos".
Para saber más:
-En el capítulo 6 de "Liberación animal", Singer responde a las "defensas, racionalizaciones y objeciones a la liberación animal".
-https://respuestasveganas.org/ En este blog se intenta responder a los distintos argumentos morales defendidos por el especismo.
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