- Al argumento de que Dios nos concedió el don del libre albedrío (y por lo tanto no es responsable del mal que hacemos), Singer señala que esta respuesta no toma en cuenta el sufrimiento de quienes sufren por accidentes naturales y no por sus propias elecciones (como los que "se ahogan en inundaciones, se queman vivos en incendios forestales provocados por un rayo o mueren de hambre o sed durante una sequía").
- Si el cristiano trata de explicar este sufrimiento diciendo que todos
los seres humanos son pecadores y merecen su suerte, es difícil justificar que los bebés o los niños pequeños puedan merecer ese sufrimiento.
- Si el cristiano alega que todos hemos heredado el pecado original cometido por Eva, que desafió el decreto de Dios de no comer del árbol del conocimiento, esto implicaría "que el conocimiento es malo, que desobedecer la voluntad de Dios es el mayor de los pecados y que los niños heredan los pecados de sus antepasados y pueden ser justamente castigados por ellos".
- Si algún creyente defendiera que puesto que los seres humanos pueden vivir eternamente en el cielo, el sufrimiento de este mundo es menos importante (que si nuestra vida en este mundo fuera la única que tuviéramos), "esto sigue sin explicar por qué un dios todopoderoso y absolutamente bueno lo permitiría. Por insignificante que sea este sufrimiento desde la perspectiva de la eternidad, el mundo estaría mejor sin él, o al menos sin la mayor parte de él. (Algunas personas afirman que necesitamos algo de sufrimiento para apreciar lo que es ser feliz. Tal vez, pero ciertamente no necesitamos tanto)".
- Si el mismo creyente sostuviera que como Dios nos dio la vida, no estamos en condiciones de quejarnos si no es perfecta, parece difícil justificar que quien pueda dar la vida, siendo omnipotente, la conceda incompleta o con sufrimiento.
- Si, por último, el creyente alega que nuestra inteligencia es insignificante en comparación con la de Dios (y que, por lo tanto, no podemos esperar entender los motivos de Dios para crear el mundo tal y como es), eso supone renunciar a nuestra capacidad de raciocinio y "presupone exactamente lo que se está debatiendo" (que existe un dios omnisciente, omnipotente y absolutamente bueno).
Por ello, concluye Singer, "el dios que creó el mundo no puede ser todopoderoso y absolutamente bueno. O es malvado o no es muy hábil".
El debate que plantea Singer ya fue desarrollado siglos antes por el pensador escocés David Hume (Diálogos sobre la religión natural, 1751). A través del personaje Filón, Hume planteaba la cuestión de cómo si Dios ama a los hombres, permite el sufrimiento de los inocentes. La existencia del mal, en todas sus variantes, sería incompatible lógicamente con la existencia de Dios.
Estos debates, como señala Javier Sádaba en su prólogo al libro de Hume, no es un mero ejercicio retórico, sino que "una crítica rigurosa de la creencia religiosa es una de las aportaciones más decisivas a la función inquisitiva de todo pensamiento comprometido. Como decía también Marx, "la crítica de la religión es el comienzo de todo criticismo"".
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