La exageración continua, el uso del superlativo, de letras cada vez más gruesas en los titulares, de la eliminación del artículo ante los sustantivos más destacados, llevaba al embotamiento, la desconexión del intelecto: "La propaganda reconocida como mentira y fanfarronada sigue surtiendo su efecto si tiene la cara dura de continuar practicándola sin inmutarse". Abundan expresiones como "El mundo escucha al Führer", "momento histórico", "enemigos universales"...: "Se toma tan en serio, está tan convencido o pretende convencerse tanto de la duración de sus instituciones, que cualquier bagatela que le interese, cualquier cosa que toque, es de importancia histórica". En este sentido, Klemperer cuenta una anécdota de su adolescencia relativa al uso de la exageración en la escritura:
"En el año 1900, en mi último curso de bachillerato, tuve que escribir una redacción sobre monumentos. Una de las frases rezaba así: "Después de la guerra del setenta, en casi cada plaza mayor alemana se alzaba una Germania victoriosa con la bandera y la espada; podría enumerar cien ejemplos". Mi maestro, hombre escéptico, escribió con tinta roja al margen: "¡Traer una docena de ejemplos para la próxima clase!". Sólo encontré nueve y quedé curado para siempre de la manía de llenarme la boca de cifras".
La distinción entre ario y no ario lo dominaba todo: "La peculiaridad del nazismo frente a otros fascismos es la idea de la raza, reducida y centrada en el antisemitismo". La doctrina racial pseudocientífica del nazismo justificaba todos los excesos, "toda conquista, toda crueldad, toda matanza". Para Klemperer hay tres factores que hacen del antisemitismo del Tercer Reich algo del todo nuevo y singular: su violenta reaparición en una época donde el antisemitismo parecía enterrado en el pasado; que no apareció como una rebelión popular, una matanza espontánea, sino con "la modernidad más absoluta", "con la máxima perfección técnica y organizativa"; y que la idea de la raza se trasladó a la sangre, lo que imposibilitaba cualquier compromiso (como la adopción de la confesión y costumbres cristianas, ya no se trata de fe sino de "zoología más negocio").
La jerga del nazismo sentimentaliza. La LTI da prioridad a todo lo afectivo e instintivo. Pero este sentimiento era sólo un medio para apartar el pensamiento, tras lo cual "él mismo debía ceder al embotamiento narcotizado, a la insensibilidad y a la ausencia de voluntad ¿De dónde si no habrían extraído la masa necesaria de verdugos y torturadores?... ¿Qué hace un séquito perfecto? No piensa y ya ni siquiera siente... Sigue". Según Klemperer, "todo cuanto constituye el nazismo ya está contenido en germen en el romanticismo: el destronamiento de la razón". Un romanticismo "estrecho, cerrado y perverso" que resalta la "visión intuitiva" (Schau), "la verdad orgánica" que existe en "el centro misterioso del alma del pueblo y de la raza", la "vivencia" en la que percibir la acción del destino. Por contra, se rechaza los términos "sistema", "objetividad" o "inteligencia". En los carteles nazis, "siempre aparecía la misma expresión de fuerza física, de voluntad fanatizada, siempre eran los músculos, la dureza y la indudable ausencia de todo pensamiento las características propias de esta publicidad por el deporte, la guerra o el sometimiento a la voluntad del Führer".
Quien piensa, no quiere ser persuadido, sino convencido; y quien piensa sistemáticamente, es doblemente difícil de convencer. Por eso, a la LTI la palabra "filosofía" le gusta casi menos que la palabra "sistema". Muestra una inclinación negativa hacia el "sistema", siempre lo nombra con desprecio, pero lo hace a menudo. La filosofía, en cambio, es pasada en silencio y sustituida en todo momento por la "cosmovisión".
La idea de una comunidad unida por una "cosmovisión" (Weltanschaaung) se convirtió en la versión alemana de la palabra "filosofía", de carácter extranjero. El nazismo utilizaba además el lenguaje del Evangelio, un lenguaje de la fe: "En la decimotercera hora, Adolf Hitler vendrá a los trabajadores". En la LTI son demasiadas las cosas "históricas", "singulares", "eternas". La palabra Reich (reino, imperio) posee algo solemne, una dignidad religiosa ausente de todos los términos más o menos sinónimos (república, Estado)". El nazismo pretende apoderarse de toda la vida psíquica, "quiere ser religión y planta la cruz gamada por doquier".
Las investigaciones genealógicas se convirtieron en un deber moral para cualquier alemán. "En cambio, la tradición es apartada sin miramientos cuando se opone al principio nacional". No se aceptan así los toponímicos que no sean germanos. Las nombres de las calles se teutonizan. Se glorifica al campesino ligado a la tierra, tradicionalista y hostil a la modernidad (la fórmula de "Sangre y tierra" se basa en su forma de vida), frente al alma intelectual burguesa.
Klemperer muestra en su libro sus dudas sobre la utilidad de escribir y conservar estas reflexiones filológicas en tiempos tan difíciles, así como el peligro que suponía esconderlas a los registros nazis. Pero recuerda una conversación que mantuvo al final de la guerra:
- ¿Por qué estuvo usted en la cárcel? -pregunté.
- Pues por ciertas palabras... (Había ofendido al Führer, los símbolos y las instituciones del Tercer Reich).
A nosotros, en nuestros días, estas reflexiones también nos ayudan a intentar evitar la homogeneidad y uniformidad del lenguaje totalitario, evitar que envenene nuestros conceptos y sentimientos, que su constante repetición nos haga adoptarlo de forma mecánica e inconsciente, guiando nuestras emociones, embotando el pensamiento.
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