Ha habido varias estrategias para frenar esta nueva pandemia. En algunas de ellas se optaba por asumir, como inevitable, como "mal menor" un alto número de muertos:
1. Negación. Algunos representantes políticos han negado la gravedad de la pandemia, señalando que se trataba de un simple resfriado, y que además no se podía parar la economía de un país por un simple contagio.
2. Mitigación. Se podría formular así: “Es imposible prevenir el coronavirus ahora, de modo que dejemos que
siga su curso, mientras intentamos reducir el pico de infecciones.
Intentemos aplanar la curva un poco para hacerla más gestionable para el
sistema sanitario". Asumiendo la muerte de muchos infectados, el resto quedaríamos inmunizados
contra el virus, y de esta forma lo habremos parado. "Es mejor hacerlo de una vez y acabar con ello, porque la
alternativa es el distanciamiento social de hasta un año, y luego el
riesgo de volver a tener nuevos brotes en el futuro". Pero, como afirman investigadores como Tomás Pueyo, "los virus ARN como los coronavirus o la gripe tienden a mutar 100
veces más rápido que los virus ADN, aunque el coronavirus muta de forma
más lenta que las cepas de la gripe. Y no solamente eso, la mejor
forma que tiene un virus de mutar, es tener millones de oportunidades
para hacerlo, que es exactamente lo que la estrategia de mitigación le
va a proporcionar: centenares de millones de personas infectadas."
Esta fue, en un principio, la estrategia de gobiernos como el británico contra el coronavirus. Uno de los principios de esta estrategia es la conocida como la "inmunización del grupo". Pero todo ha cambiado, al parecer, "cuando un modelo matemático presentado por el Imperial College de Londres daba un panorama extremadamente sombrío de cómo la
enfermedad se iba a propagar por el país, cómo iba a impactar el sistema
público de salud (NHS, por sus siglas en inglés) y cuántas personas
iban a morir". Y el mensaje no podía ser más claro: o se cambiaba de
estrategia o más de un cuarto de millón de personas iban a morir a causa
del coronavirus. Incluso si el sistema podía atender a todos los
pacientes contagiados.
3. Supresión: aplicar duras medidas de contención para conseguir tener la epidemia bajo control rápidamente. El problema de esta estrategia es que el confinamiento puede durar meses, puede dañar seriamente a la economía y probablemente sólo postpondría la pandemia. Cuando se relajen las medidas de contención, la gente podría volver
a infectarse. Pero la ventaja de esta estrategia es precisamente el valor del tiempo: reducción de la tasa de mortalidad, alivio del sistema sanitario, recuperación y vuelta al trabajo de los trabajadores
sanitarios infectados, aislados y en cuarentena, reducción de daños colaterales (desatención de otras patologías y enfermedades), posibilidad de realizar más test y conocer la extensión real de la enfermedad...
Desde el punto de vista de la ética, la prioridad de alguna de estas estrategias estaría relacionada con el dilema moral de la víctima propiciatoria, que el filósofo norteamericano, William James, formulaba así en su libro "El Filósofo Moral y la Vida Moral":
«Consideremos la hipótesis de que se nos ofreciera un Mundo en el que fueran posibles las utopías de Fourier, Bellamy y Morris, y en el que, por tanto, millones de personas fueran siempre felices, pero con la única condición de que un alma perdida más allá de las cosas tuviera que llevar una vida de solitario tormento. Por mucho que nos tentara el impulso de agarrarnos a una felicidad así ofrecida, sólo una emoción muy específica e independiente podría hacernos sentir todo lo repugnante que sería disfrutar de ella a cambio de aceptar deliberadamente un trato semejante.»
Basándose en este dilema, la escritora Ursula K. Le Guin escribió un bonito relato, "Los que se marchan de Omelas". Omelas es una ciudad ficticia cuyos habitantes viven felices; pero todos saben que su felicidad depende de la horrible miseria de un niño abandonado, asustado y encerrado en un sótano oscuro de la ciudad. "A menudo los jóvenes entran llorando en sus casas, o inundados de una
contenida rabia, cuando han visto al niño y afrontado aquella terrible
paradoja. Pueden irla asimilando durante semanas o incluso años. Pero
con el tiempo empiezan a darse cuenta que, incluso si el niño fuera
liberado, no sacaría mucho provecho de su libertad: un pequeño y vago placer de calor y alimento, por supuesto, pero no mucho más. Está demasiado idiotizado y degradado como para sentir la menor alegría real".
"Generalmente esto les es explicado a los niños cuando tienen entre ocho y doce años, cuando se hallan en edad de comprender; y la mayor parte de los que van a ver al niño son jóvenes, aunque hay también adultos que acuden a menudo a verle, algunas veces de nuevo. No importa el modo cómo les haya sido explicado, esos jóvenes espectadores se muestran siempre impresionados y disgustados por lo que ven. Sienten aversión, algo que creían superado. Sienten la cólera, el ultraje, la impotencia, pese a todas las explicaciones. Les gustaría hacer algo por el niño. Pero no hay nada que puedan hacer. Si el niño fuera conducido a la luz del Sol, fuera de aquel abominable lugar, si se le lavara y recibiera comida y cuidados, eso sería algo bueno, desde luego. Pero si se hiciera esto, toda la prosperidad, la belleza y la alegría de Omelas serían destruidas ese mismo día y esa misma hora. Ésas son las condiciones. Cambiar toda la bondad y alegría de Omelas por esa simple y mínima mejora: rechazar la felicidad de miles de personas por la posibilidad de la felicidad de uno solo: esto sería, por supuesto, dejar que la culpa atravesara las murallas.
Las condiciones son estrictas y absolutas; ni siquiera hay que decirle una palabra amable al niño.
(...) A veces, uno o una de los adolescentes que acuden a ver al niño no regresa a su casa para llorar o rumiar su cólera; de hecho, no regresa nunca a su casa. Algunas veces también, un hombre o una mujer adulto permanece silencioso durante uno o dos días, y luego abandona su hogar. Esas gentes salen a la calle y avanzan, solitarios, a lo largo de ella. Siguen andando y abandonan la ciudad de Omelas. Todos ellos se van solos, chico o chica, hombre o mujer. Cae la noche; el viajero debe atravesar poblados, pasar entre casas de iluminadas ventanas, luego hundirse en las tinieblas de los campos. Solitario, cada uno de ellos va hacia el oeste o hacia el norte, hacia las montañas. Y siguen. Abandonan Omelas, se sumergen en la oscuridad, y no vuelven nunca. Para la mayor parte de nosotros, el lugar hacia el cual se dirigen es aún más increíble que la ciudad de la felicidad. Me es imposible describirlo. Quizá ni siquiera exista. Pero, sin embargo, todos los que se van de Omelas parecen saber muy bien hacia dónde van.
Cuestiones:
- ¿Por qué abandonan su ciudad algunos habitantes de Omelas?
- ¿Hacia dónde te imaginas que se dirigen?
- ¿Cómo argumentarías la afirmación de W. James sobre este dilema moral, en el sentido de que "por mucho que nos tentara el impulso de agarrarnos a una felicidad así
ofrecida", no podríamos disfrutar de ella "a cambio
de aceptar deliberadamente un trato semejante".
- ¿Cuál de las tres estragegias para frenar la pandemia crees que se puede argumentar mejor desde el punto de vista ético? ¿Existe un conflicto con la dimensión política del problema?
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