10 may 2021

Nomadland: los nuevos trabajadores nómadas.

     Nomadland (2020) es una película estadounidense escrita y dirigida por Chloé Zhao. Está basada en el libro Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century escrito por Jessica Bruder (2019), "periodista que propuso en 2104 al Harper's Magazine un reportaje sobre los nuevos nómadas, es decir sobre los trabajadores que viven en los Estados Unidos en una furgoneta-caravana y se desplazan de un lado a otro, realizando trabajos precarios. El reportaje, en el que la autora, a partir de un trabajo de observación participante, saca a la luz la subcultura de una extensa población de miles de personas itinerantes, no solo despertó un enorme interés, sino también sirvió de base a una encuesta más amplia, a un trabajo periodístico de tres años que se materializó en el libro" (F. Álvarez Uría, Sociología y literatura, Morata, 2020).

    En realidad -señala Álvarez-Uría- el punto de partida de este nuevo fenómeno social y laboral "hunde sus raíces en la crisis financiera del 2008, en las hipotecas subprime que llevaron a la quiebra económica y a la pérdida de viviendas hipotecadas a miles y miles de familias americanas. Entre los trabajadores nómadas se encuentran sobre todo hombres y mujeres jubilados que reciben una pensión de tan solo 500 dólares, que no les permite mantener un hogar estable... Predominaron en un primer momento los trabajadores mayores jubilados, pero a medida que nos aproximamos a los tiempos actuales abundan también los jóvenes sin recursos económicos y sin trabajo fijo que han optado por este estilo de vida. No son, afirma la autora del libro, ni víctimas impotentes ni aventureros inconscientes: en el país del sueño americano resulta más fácil asumir un modo de vida minimalista y cada vez más ascético que confesar la propia pobreza".

    Como sostiene Álvarez-Uría, "la cooperación, la cogestión, el reparto del trabajo, la reducción de la jornada laboral, deberían sustituir a la desregulación salvaje, al despido libre, a la conversión de la fuerza de trabajo en una mercancía más de usar y tirar... Hoy como ayer el sueño de los trabajadores del mundo sigue siendo el mismo desde el siglo XVIII en la Revolución Industrial: expulsar la codicia de nuestro sistema productivo".

9 may 2021

Lo que la tribu ju/'hoansi nos puede enseñar del trabajo

    El antropólogo James Suzman, en su libro "Trabajo. Una historia de cómo empleamos el tiempo" (Debate, 2021) documenta la vida de los ju/'hoansi, un pueblo del noroeste del Kalahari, así como sus contactos, muchas veces traumáticos, con la modernidad. Los ju/'hoansi son cazadores y recolectores, y para ellos muchos aspectos de nuestro mundo laboral no tienen sentido:
"¿Por qué —me preguntaban— los funcionarios públicos que pasaban el día bebiendo café y charlando en despachos con aire acondicionado cobraban mucho más que los jóvenes a los que enviaban a cavar zanjas? ¿Por qué, cuando la gente cobraba al final de la jornada, volvía a trabajar al día siguiente, en lugar de disfrutar de lo obtenido con su esfuerzo? ¿Y por qué trabajaba tanto la gente para adquirir más riqueza de la que podían disfrutar?...

    Muchas de nuestras ideas sobre el trabajo y la escasez -según Suzman- tienen su origen en la revolución agraria. Durante más del 95% de la historia del Homo sapiens, la gente gozaba de mucho más tiempo libre que ahora... El gráfico de nuestra evolución permite pensar que, durante la mayor parte de esa historia, cuanto más deliberados y hábiles eran nuestros antepasados a la hora de obtener energía, menos tiempo y energía gastaban en buscar alimentos. En lugar de ello, dedicaron su tiempo a otras actividades, como crear música, explorar, adornarse el cuerpo y establecer relaciones sociales. Es posible que, sin el tiempo libre que les concedieron el fuego y las herramientas, nuestros antepasados nunca hubieran desarrollado el lenguaje porque, igual que nuestros primos los gorilas, habrían tenido que pasar hasta 11 horas diarias buscando y masticando unos alimentos difíciles de digerir.

(En estas sociedades) "los intentos concretos de acumular o monopolizar los recursos o el poder topaban con el desprecio y el escarnio. Pero, sobre todo, los estudios suscitaron preguntas inesperadas sobre la forma de organizar nuestras economías. Demostraron que los recolectores no estaban ni perpetuamente preocupados por la escasez ni envueltos en una disputa constante por hacerse con los recursos. Porque, aunque el problema de la escasez da por sentado que estamos condenados a vivir en un purgatorio como el de Sísifo, intentando acortar la distancia entre nuestros deseos insaciables y nuestros reducidos medios, los recolectores trabajaban tan poco porque tenían necesidades limitadas, que casi siempre podían satisfacer fácilmente. En vez de preocuparse por la escasez, tenían fe en la providencia de su entorno y en su propia capacidad de explotarlo...

Si nuestra obsesión por la escasez y el esfuerzo no forma parte de la naturaleza humana sino que es una creación cultural, ¿cuál es su origen? Existen ya suficientes pruebas empíricas para saber que nuestra adopción de la agricultura, que comenzó hace más de 10.000 años, fue el origen de nuestra fe en las virtudes del esfuerzo. No es casualidad que nuestros conceptos de crecimiento, interés y deuda, así como gran parte de nuestro vocabulario económico —palabras como “honorarios”, “capital” y “pecuniario”—, tengan sus raíces en el suelo de las primeras grandes civilizaciones agrarias.

La agricultura era mucho más productiva que la recolección, pero daba una importancia inusitada al trabajo humano. El rápido crecimiento de las poblaciones agrarias hacía que sus tierras volvieran a alcanzar la máxima capacidad de producción una y otra vez, por lo que bastaba una sequía, una plaga, una inundación o una infestación para que cayeran en la hambruna y el desastre. Y, por muy favorables que fueran los elementos, los agricultores estaban sujetos a un ciclo anual inexorable: sus esfuerzos, en general, no daban fruto más que en el futuro.

  Existen muchas razones para revisar nuestra cultura de trabajo: entre otras, que, para la mayoría de la gente, el trabajo ofrece escasas recompensas aparte de un salario. En la trascendental encuesta sobre la vida laboral en 115 países que publicó Gallup en 2017 se reveló que, en Europa occidental, solo una de cada diez personas se sentía comprometida con su trabajo. Probablemente no es extraño. Al fin y al cabo, en otra encuesta llevada a cabo por YouGov en 2015, el 37% de los adultos británicos decía que su trabajo no aportaba nada significativo al mundo.

Incluso si dejamos al margen estos datos, existe otro motivo mucho más urgente para transformar nuestra manera de enfocar el trabajo. Si tenemos en cuenta que, en esencia, el trabajo es un intercambio de energía y hay una correspondencia absoluta entre cuánto trabajamos colectivamente y nuestra huella energética, hay motivos sólidos para alegar que trabajar menos —y consumir menos— no solo será bueno para nuestras almas, sino que quizá sea crucial para garantizar la sostenibilidad de nuestro hábitat".

Fuente: El País.

El trabajo en la Constitución española de 1978: algunas sombras que iluminar.

 Durante la dictadura franquista se proscribió el conflicto social en un marco laboral de autoritarismo empresarial basado en la integración de los trabajadores "en el proyecto organizativo empresarial definido unilateralmente y vigilado y sancionado disciplinariamente bajo la tutela del Estado -especialmente vía control judicial- y convergente con el interés de la empresa" (A. Baylos, "La Constitución del trabajo", en J. R. Capella (ed.) Las sombras del sistema constitucional español, Trotta, 2003).

Tras el final de la dictadura, la Constitución española debía resaltar la dimensión colectiva del trabajo y la democratización de la empresa, aunque con ciertas limitaciones. Así, el artículo 28 reconoce el derecho de libre sindicación y el derecho de huelga; pero el art. 38 señala que "los poderes públicos garantizan y protegen la defensa de la productividad". No hay espacio legalmente reconocido a la capacidad autorregulada del conflicto, siendo una norma preconstitucional (RDL 17/1977 de 4 de marzo) la que, aún hoy, desarrolla el art. 28.2, que señala "la garantía del mantenimiento de los servicios esenciales para la comunidad" como límite constitucional del derecho de huelga. Esto ha conducido, con frecuencia, a la fijación unilateral de servicios mínimos por parte de la Administración. El control judicial se produce a posteriori y asume una visión que niega la especificidad de la huelga como medida de presión en una situación de radical desigualdad de poder entre trabajadores y empresa. Ni siquiera existe el cumplimiento del requisito de la "audiencia" de las organizaciones sindicales. Aunque varios artículos del citado Decreto de 1977 han sido declarados inconstitucionales por el Tribunal Constitucional, algunos de ellos, como el art. 8.2, declara ilícitas "las huelgas rotatorias, las efectuadas por los trabajadores que presten servicios en sectores estratégicos con la finalidad de interrumpir el proceso productivo, las de celo o reglamento y, en general, cualquier forma de alteración colectiva en el régimen de trabajo distinta a la huelga, se considerarán actos ilícitos o abusivos". También se declara como ilegal (art. 11) la huelga que "se inicie o sostenga por motivos políticos o con cualquier otra finalidad ajena al interés profesional de los trabajadores afectados", así "como cuando sea de solidaridad o apoyo, salvo que afecte al interés profesional de quienes la promuevan o sostengan". Existe -señala Baylos- un "déficit democrático en la regulación del derecho de huelga".

    Por otro lado, en la actual Constitución se refleja el conflicto entre la cláusula de la libre empresa y los mecanismos de participación democrática. A pesar del reconocimiento  del art. 129.2 de la Constitución ("los poderes públicos promoverán eficazmente las diversas formas de participación en la empresa y fomentarán mediante una legislación adecuada, las sociedades cooperativas. También establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción"), el desarrollo de las instancias de participación "se limita en el sistema legal del Estatuto de los Trabajadores a la regulación de órganos de representación de los trabajadores en la empresa: información y consulta sobre las decisiones empresariales, que no condicionan la toma de decisiones del empleador". A pesar del reconocimiento de la situación de desigualdad de poder entre sindicatos y empresarios, sancionado jurídicamente a través del contrato de trabajo, el Estatuto de los Trabajadores reconoce en la empresa un espacio con una normatividad peculiar, adecuada a sus exigencias organizativas y productivas. El principio jerárquico de su organización, la subordinación y el reconocimiento del poder privado sobre los trabajadores, señala los límites al ejercicio de derechos sociales básicos dentro del "universo cerrado" de la empresa, un espacio segregado, una "legalidad de empresa", que impide el ejercicio de derechos ciudadanos elementales en su seno.

    Las continuas reformas laborales diseñadas desde los años 90, han profundizado en "la exclusión de la negociación colectiva de áreas centrales de la configuración de la organización empresarial, del control y de la vigilancia de los trabajadores y del poder disciplinario".

8 may 2021

La crisis del trabajo a comienzos del siglo XXI

Propaganda de "la nueva cultura empresarial".

Es necesario remontarse a procesos históricos de larga duración para poder comprender la actual situación de precarización del trabajo asalariado (Fernando Álvarez-Uría y Julia Varela, Sociología de las Instituciones, Morata, 2009). Para ello podemos partir de la "utopía" liberal que, a finales del siglo XIX, planteó una propuesta de transformación social basada en el trabajo, supuestamente capaz de satisfacer las crecientes necesidades humanas, mediante la producción de bienes y su libre intercambio. Esta propuesta criticaba a las clases ociosas (entre las que estaban la nobleza y el clero del Antiguo Régimen),  y consideraba que vivir sin trabajar era inmoral e incompatible con el derecho de ciudadanía. Pero esta "utopía" liberal fue impugnada ya en sus inicios por testimonios como el de F. Engels, que en La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845) denunciaba la violencia de la explotación capitalista en el nuevo sistema fabril. Los pobres de las grandes ciudades industriales desmentían la idea del mercado como solución utópica de la cuestión social.

Ya en el siglo XVIII, el liberalismo burgués había defendido suprimir el trabajo regulado de los gremios y el trabajo forzado, preconizando la "libertad de trabajo". Pero la desregulación del trabajo producía una situación de explotación y miseria en este nuevo modelo de sociedad salarial. Ante esta situación surgieron una serie de protecciones sociales, ligadas primero a la filantropía y luego al Estado.

A finales del siglo XX, con el auge del neoliberalismo, se fragilizaron estas protecciones de los asalariados. El mercado de trabajo se fragmenta, desplazando al sector de la producción, frente al de los servicios. Se desmantela el anterior modelo de Estado social, surgido en los años 50, mediante la privatización de la propiedad social, la desregulación laboral, y un incremento de la diversidad y discontinuidad de las formas de empleo, que desestabiliza y rompe los vínculos comunitarios de los trabajadores estables (R. Castel, La metamorfosis de la cuestión social, 1997). Se impone la flexibilidad y el discurso de la nueva cultura empresarial, la necesidad de dinamizar constantemente el mercado ("innovar"), y crear nuevos consumidores, al servicio de un capitalismo financiero que quiere obtener el mayor beneficio posible en el menor tiempo, sin importar los costes sociales. El discurso de esta nueva cultura de "emprendedores" defiende organizaciones flexibles frente a la jerarquización y burocratización del viejo modelo de empresa. Pero la libertad de cada unidad dentro de la empresa, para alcanzar los objetivos propuestos, oculta que esos objetivos siguen siendo fijados por los que detentan el poder de la organización, que son por lo general difíciles de alcanzar, y que la libertad se reduce únicamente al modo de lograrlos. Por otro lado, aunque propone el trabajo en equipo, no elimina la competitividad individual: una máscara de cordialidad, una ficción de comunidad laboral, debe ocultar los conflictos, que deben ser enfrentados mediante la gestión emocional, psicológica e individual, que nunca pone en cuestión las estructuras de poder en la empresa. La superficialidad de las relaciones laborales y la falta de una autoridad visible (que aunque ejerce el poder evita así hacerse responsable) hacen que los fallos suelan recaer en las unidades y los trabajadores más débiles dentro de la organización. Las protestas o reivindicaciones laborales son señaladas asimismo como falta de disposición a colaborar con "la cultura de la empresa".

5 may 2021

Emmanuel Lizcano: la emergencia del individuo (como objeto del conocimiento psicológico) en la historia y en el lenguaje .

    Conferencia del sociólogo y matemático Emmanuel Lizcano sobre la construcción de la actividad central del sujeto moderno en la cultura occidental frente a la supuesta pasividad del objeto, así como las distintas representaciones de ese "sujeto" en el mundo de los "salvajes" (interiores y exteriores a la cultura dominante).

4 may 2021

E. Lizcano: una introducción a la sociología del conocimiento.

 Una introducción a la sociología del conocimiento, por E. Lizcano. Incluye, al final, una entrevista a una alumna que realizaba su tesis doctoral sobre el conflicto entre los saberes del mar (pescadores y mariscadoras gallegos) y los de los biólogos y gestores marinos. (24/03/1999)

E. Lizcano: sobre la razón y el imaginario en el lenguaje

Breve comentario del sociólogo I. Lizcano sobre la importancia del lenguaje en el aula y cómo refleja el imaginario y las "metáforas que nos piensan".

 

 Para saber más: 

- Sobre matemáticas, arte, literatura y otras ficciones capaces de "fabricar mundos, no representarlos": 

https://euskalpmdeushd-vh.akamaihd.net/multimediahd/videos/2014/11/20/1516828/20141120_16301704_0007260029_003_001_EMMANUEL_LIZ.mp4

2 may 2021

Estética, autonomía del arte y censura.

  

Ilustración: Sr. García.

 "Parece evidente que el establecimiento de nuevas restricciones y límites insalvables en nombre de ciertas ideas morales no sólo supone el fin de la autonomía del arte, sino también el regreso a nosotros, esta vez en nombre de una pluralidad contra la que en realidad se atenta, del tipo de imperativo moral que asfixiaba a Baudelaire, que adopta en nuestros días la voz de quienes acusan a ciertos artistas de “apropiación cultural”, exigen cuotas, creen o fingen creer que unos pigmentos violan a otros pigmentos en los museos de arte, participan de linchamientos digitales en cuyo marco las opiniones y actitudes de los artistas determinan el supuesto valor de su obra, imponen la necesidad de que determinados “lectores de sensibilidad” ejerzan una censura previa y consentida sobre los textos; reclaman, por último, que el artista hable desde su identidad (personal, nacional, de género, la que sea), como si la producción escrita sólo pudiera ser tolerada en cuanto testimonio".

Patricia Pron, "El trauma por la transgresión", El País, 25 abril 2021.

La filosofía: "jugar en serio"

 Platón considera la actividad filosófica como "jugar en serio": tomar en serio cuestiones que generalmente ignoramos (o que consi...