12 jun 2022

La soledad de los moribundos.

La Pietà de Yemen. Samuel Aranda. World Press Photo, 2011.

    El sociólogo Norbert Elias escribió en 1982 un pequeño ensayo titulado "La soledad de los moribundos" (FCE, 1987), en el que denunciaba el aislamiento y la soledad de los moribundos y seniles en nuestras sociedades occidentales modernas: "Al igual que otros aspectos animales, también la muerte, en cuanto proceso y en cuanto pensamiento, se va escondiendo cada vez más, con el empuje civilizador, detrás de las bambalinas de la vida social". En otras épocas (y en otras culturas) se hablaba con más frecuencia y más abiertamente de la muerte y del morir, era un asunto mucho más público que en la actualidad. "Nunca antes, en toda la historia de la humanidad, se hizo desaparecer a los moribundos de modo tan higiénico de la vista de los vivientes(...); jamás anteriormente se transportaron los cadáveres humanos, sin olores y con tal perfección técnica, desde la habitación mortuoria hasta la tumba". Existe en nuestros días, señala Elias, "un peculiar sentimiento de embarazo por parte de los vivos en presencia de un moribundo. Con frecuencia no saben qué decir. El vocabulario a utilizar en tal situación es relativamente pobre". Existe un laconismo, "una falta de espontaneidad en la expresión de la compasión". Los ritos y fórmulas convencionales anteriores se antojan ahora vacíos y triviales. Esto hace más difícil "el tratamiento de la muerte como problema humano social, que los hombres tienen que resolver unos con otros y unos para otros". Y no hemos sido capaces de dotarnos de unos nuevos rituales secularizados.

    La búsqueda del "sentido" de la existencia debe entender a éste como una categoría social: "Resulta bastante fútil el intento de descubrir en la vida de una persona un sentido que sea independiente de lo que esa vida significa para otros". "La idea de tener que morir solos -sostiene Elias- es característica de una etapa relativamente muy tardía del proceso de individualización y del desarrollo de la autoconciencia". También a veces se institucionaliza este distanciamiento en el tratamiento hospitalario, para no perturbar el tratamiento del enfermo y la rutina del personal sanitario. En las unidades de cuidados intensivos de los modernos hospitales, los enfermos pueden morir en el más completo aislamiento.

    "La Pietà de Miguel Ángel, la madre doliente con el cadáver de su hijo, sigue siendo inteligible como obra de arte, pero resulta difícilmente imaginable como acontecimiento real". Los vivos parecen distanciarse de los muertos, mediante el silencio y la solemnidad, como apartándose de una amenaza imaginaria. 

    "La muerte no tiene nada terrible. Se cae en sueños y el mundo desaparece, cuando todo va bien. Lo terrible pueden ser los dolores de los moribundos y la pérdida que sufren los vivientes al morir una persona a la que quieren o por la que sienten amistad. Y terribles suelen ser también  las fantasías colectivas e individuales que rodean el hecho de la muerte. Quitarles el veneno, poner frente a ellas la sencilla realidad de la vida finita, es una tarea que aún tenemos por resolver". Lo único que sobrevive a la muerte, afirma Elias, "es lo que ha conseguido dar de sí a los demás, lo que de él se guarda en la memoria de los vivos".

Para saber más:

Fdo. Álvarez Uría y Julia Varela, Sociología de las instituciones, Morata, 2009, pp. 99-118.

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